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Como un niño, vos te sonreís

Crónica de un fin de año con Las Morochas en Junín

Por el Juancho Mazzeo @largavida.larock.radio

Hace un par de años el Rolo, el señor de los sahumerios sanmarqueños, me recomendó que escuche una banda de Junín. Yo estaba arrancando con el programa de radio y andaba buscando bandas de rock de “más allá del conurbano”, bandas que suenan o sonaron en el resto de las provincias y que no tienen o no tuvieron espacio en los medios hegemónicos porteñocéntricos. “Escuchá Las Morochas” me dijo el Rolo, y ahí fui no solo a escucharlos, fui a verlos dos años seguidos a Junín, y quedé fascinado. Autogestión, amistad, rocanrol y ruta, formula garantizada de felicidad.

Con las fechas sobre la mesa, había que tomar una elección nada sencilla para un 28 de diciembre, pero de la que no me arrepiento ni a palos: el forcito salió nuevamente a la ruta, que da buena suerte, camino a Junín. El Leo, mi amigo que se suma a hacer coberturas y crónicas por el sur santafesino, me manda un mensaje unos días antes con la frase de invocación “Dale que te acompaño a Junín”. Y ahí fuimos.

Tardecita del sábado salimos por la Autopista, luego la 188 esquivando autos nuevos que vienen sin luces de giro, hasta llegar a Junín. El gps nos fue guiando, aunque no hay que confiar mucho de la inteligencia de una máquina, pero bueh, teníamos que dejar a una amiga y luego pasar a ver unas remeras, y después encarar para el Club Atlético Rivadavia de Junín.

La vereda del club de la calle Ghio comenzó a poblarse pasadas las 11 de la noche con mucho público local y los dos extranjeros que clavamos alta hamburguesa en un local a media cuadra, y lo vimos al Juan de Cityrock organizando los detalles finales del encuentro: sonido, luces, comida, bufet. Es que la autogestión te demanda la seriedad y concentración para que todo salga más que viene, y al mismo tiempo no perder la capacidad de disfrute de lo que haces, algo que no es nada sencillo pero que vale la pena.

El salón / cancha de fútsal o hándbol comenzó a colmarse desde antes de la medianoche para estar casi a pleno unos minutos después de la una de la madrugada, momento en que se apagaron las luces y banda salió a dar lo mejor en el escenario: Con los ojos demasiado lejos, Tropas torpes, Tripolar, Otro cuento, Monedas en el aire, Ciego recuerdo de Lázaro, Cielo del invierno, Boyero eléctrico, Sienes, Fiesta negra, Psicotrópico-pico, Barcos, Shock, Frenético, Papamanca, Cápsula, Espinas, Fuga, Cáscara del tiempo, Chaleco antibalas, Soñadores, Casi 200 y La Noche más feliz.

Casi dos horas y media de un gran concierto, un sonido increíble para que la banda pueda dejar lo mejor en la cancha. Y la pasión de un público local que cantó cada una de las canciones, que se abrazó en cada melodía y dejó en claro que la relación banda/público que vienen construyendo en éstos 20 años desde la autogestión, amor y coherencia, es algo hermoso y que muy pocas bandas pueden mostrar. Y para Las Morochas es una bandera innegociable. Y lo celebro. En tiempos de lo efímero, de la imposición de la IA y los tiempos violentos que transitamos, todo acto de amor y continuidad, sin bajar las banderas que nos hicieron ser, ES revolucionario.

Volvimos por la 188 escuchando a PR, nuestro protector, hablando sobre lo vivido, sobre la emoción del público local que acompañaba cada letra, de lo que cuesta la autogestión en lugares más allá del conurbano y en la felicidad de volver a nuestras raíces, a estar donde había que estar, bancando a los de abajo.

Con las luces del amanecer llegamos a Pavón, el Leo se subió a su golcito para hacer el último tramo. Había que descansar para la despedida de año, esa despedida que sostenemos desde fines de los 90 y que hace 20 años hizo que nos quedemos con nuestros amigos y decidir no ir a Cromañón.

“Que extraña canción y esa luz que ven tus ojos, brilla diferente …”

Gracias a Juan de Cityrock y a los pibes de Las Morochas, nos vemos la próxima, ahí, bancando los trapos de la autogestión, la amistad y el rock.