Crónica de un finde en Las Heras con el Negro Gamboa – 3 y 4 de enero
Por el Juancho Mazzeo @largavida.alrock.radio
Complicado escribir una crónica despojado de admiración por el arte de una persona o una banda de rock. Así que no la vamos a caretear en querer hacerte creer que esto es algo “neutral”. No, ni a palos. Lo que si pueden estar seguros es que escribo con el corazón en la mano, así, con los sentires a flor de piel.
Ya conté que en el 2023 el Niko Viñas me recomienda escuchar a La Cabra y que le hice caso meses después, porque terco y torpe seré hasta el final. Pero en realidad escuché unos temas de Cabra da Peste antes de que saquen Operativo Libertad, y como que quedó ahí, pasé unos temas en el programa de radio y nada más, sonaba bien y en algún momento iba a verlos en vivo para ver qué me pasaba con la energía que construye, o no, el vínculo desde el arte entre banda y público.
En un momento, no me acuerdo bien cuando, apareció en el algoritmo de la matrix el segundo disco solista del Negro y me colgué viendo el video y escuchando los temas. Y hubo detalles, esos detalles que hacen la diferencia: el vals de inicio, la casa, los audios de la madre y el padre. Una serie de detalles que potenciaban el todo. A eso hay que sumarle un momento personal de duelo por la ausencia de mis viejos (no hace falta aclarar que todo duelo tiene su tiempo y su forma de transitar), y algunas situaciones de replanteo de la vida misma pos-pandemia. Y fue una patada triple mortal al medio del pecho, ¡pum!. El arte haciendo lo que el arte debe hacer: movilizar, sacudir, evidenciar contradicciones, meter leña al fuego o avivar el fuego o prender el fuego para que pase lo que tenga que pasar. El arte debe incomodar y eso me provocó “Raíces de la introspección”, segundo disco solista del Negro Gamboa, en el que encontré otra forma de transmutar el dolor por medio del arte, “donde hay dolor, habrá canciones…”.
En febrero del 24 fui al Teatro de Flores a ver a La Chancha (alta banda, ya lo saben pero necesitaba decirlo) y La Cabra, y luego vino la gira por Córdoba, San Marcos y la Villa de Merlo, donde tuve la oportunidad de compartir risas, charlas, asados y música, que dejaron marcadas a fuego algunas escenas que muestran coherencia entre sus letras y su forma de andar. Me lleva a asociarlo con don Eduardo, cuando en el Libro de los Abrazos dice “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante para definir el lenguaje que dice la verdad.”
Llegamos al 2025 y hay fecha en “las Heras”, yo automáticamente: guglemaps donde carajo queda, “ah, al toque de Marcos Paz, 3 horas y media de viaje”, y empezar a buscar quien haga la segunda. Y el mundo del rock tiene esas cosas, esa red de amigues que comparten data y alguien que escribe por Instagram, la Cata, y “bueno, dale, vamos viernes y sábado”, y ya fue. Porque la noche del sábado que se agotó y obligó a armar una fecha el viernes, como para pegar alga gira y caravana.
El forcito nuevamente a la ruta el viernes 3, luego de una mañana de llenar cimientos, comer un asado criminal y hacer una siestita, 5 y media salgo rumbo a Pergamino, porque la copilota me esperaba en alguna avenida, para seguir viaje a Las Heras. Antes de las 10 ya estábamos en Despacho 24, saludando gente amiga, conociendo nuevos personajes, compartiendo risas, un 70/30 y algunas cervezas, y después de unos meses, volver a abrazar al Negro, la Negra y a Jairo. Nada más lindo que ese cruce de miradas y el abrazo con personas que uno aprecia. Los trapos fueron copando el lugar y la vereda se fue poblando mientras se escuchaba La Renga de fondo, en un bar que iba a desbordar, un espacio chico, pero de corazón enorme por parte de la familia dueña que jugaba de local. Casi dos horas de un gran recital que nos dejó con ganas de “dale, cantate unas más”.
Mientras nos despedíamos, comenzó la procesión hacia la casa de la Cami para seguir compartiendo ese vínculo de familia ampliada que genera el rock, y que logra redes que nos llevaron a conseguir un lugar para descansar y pasar la noche en un colchón bastante más cómo que el asiento del auto. Y allá fuimos algunas de las personas con más experiencia en la vida a los confines de Las Heras, a descansar en lo que alguna vez fue un casco de estancia. El viernes que parecía sábado, estaba pasando factura y el concierto de ronquidos no se hizo esperar hasta que fue solo un hermoso silencio campestre.
El sábado comenzó con todo en la esquina al frente del Polideportivo Municipal: parrillas, diferentes cortes de carnes de diferentes animales, heladeritas, hielo, jarras improvisadas, alikal, ipuprofeno y todos los condimentos de un after que se convirtió en previa. Todes somos conscientes que más allá del recital en sí, los recuerdos que tenemos de las previas son historias que hermanan. Y acá no fue la excepción. Reencuentros, abrazos, risas, guerra de bombuchas, trapos, sanguches bajoneros a la caída del sol. Las historias y anécdotas de la previa no se comentan, se viven.
A las nueve de la noche, luego de ayudar a limpiar la esquina del infinito, la caravana enfiló para el Despacho 24, que de a poco se fue poblando la vereda más que la noche anterior. Pasaron los cobanis a hacer de cobanis, quién sabe porque, y con los primeros acordes del Negro, se subieron al móvil y chau. Unos minutos antes de las 12, sonaron los primeros acordes de Gritos, y la felicidad fue total.
Un poco más de dos horas para cerrar un finde muy intenso, de reencontrarme con la voz y la poesía del Negro, un cantautor sentipensante, para volver a otra definición de don Eduardo “Me gusta la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón. Que siente y piensa a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón”. Y a mi me pasa eso, de verlo y escucharlo, y creerle y llorar y reír, y cruzar miradas y abrazarnos con tanta gente buena que uno va conociendo en el andar. Porque la vida no pasa por una pantalla. La vida pasa ahí, en la mirada, en el abrazo analógico, en el compartir. Y el rock te ofrece todo eso.
Arrancamos con la Cata el camino de retorno, sonrisa de oreja a oreja, luego de 36 horas de felicidad. De fondo suena el Indio, nuestro protector del camino, que dice “a disfrutar de los placeres que nos quedan, sin dañar”. Ufff… La madrugada me encuentra encarando la autopista para el último tramo. La Cata ya quedó en Pergamino y me pasan imágenes de lo vivido en estos días. Y sonrío. Y sigo cantando.
Brindo por un 2025 con más empatía y solidaridad, con más arte en las calles y menos armas, menos represión, y mayor compromiso para construir utopías. Brindo por un arte que te rescate, que te permita construir esa red de amigues, conocides, que te salvan. Porque nadie se salva solo, la salida, siemPRe, es colectiva. Bebamos de las copas, más lindas que tenemos hoy…
Nos vemos la próxima.